Es habitual de estas fechas. Acérquese a su kiosco más cercano y observe cómo proliferan las más variadas colecciones de soldaditos de la I Guerra Mundial, los trucos del punto de cruz o miniaturas de coches deportivos. Se multiplican en ‘google’ las consultas sobre dietas para perder “esos kilitos de más” que se han acumulado durante los excesos veraniegos. El inicio de septiembre es, junto con los días posteriores a las festividades navideñas, la época del año en la que más se acumulan las buenas intenciones. Unos buenos propósitos que, en la mayoría de las ocasiones, no nos engañemos, acaban tirados por la borda sin dar tiempo a que se acabe el mes.

Para el sector ganadero, todo el año es septiembre. Las buenas intenciones de los políticos y de las administraciones públicas se repiten cíclicamente, como un calmante que se administra a un enfermo que se revuelve cada cierto número de horas. Si aumentan las protestas, más calmante. Si los ganaderos están tranquilos, esperamos un poco más, alargamos la dosis.

Este sector ya no puede vivir de buenas intenciones. Necesita hechos. Es imprescindible una política agraria seria en este país, con unos objetivos claros, unas líneas de trabajo y un horizonte al que saber llegar. A veces es necesario ir poniendo remaches en el camino, pero se debe tener clara cuál es la dirección que se toma desde las administraciones, que son las que deben tomar las riendas y ofrecer soluciones claras y eficaces. El sector alimentario, con la producción de bienes de primera necesidad, debe ser un sector estratégico de la economía de nuestro país. En otros sitios, como es el caso de Francia, ese aspecto ya lo tienen claro desde hace tiempo.

Mientras tanto, a este lado de los Pirineos seguimos con un Ministerio de Agricultura en funciones desde hace ya más de ocho meses, unas comunidades autónomas que siguen jugando al cortoplacismo y a la defensa de los intereses partidistas y un sector que necesita soluciones. Sin buenas intenciones. Sólo hechos.